jueves, 9 de julio de 2009

Día de la Independencia

Posteado el jueves, julio 09, 2009 0 Comentarios


Ante un nuevo aniversario de la declaración de la independencia, y a distancia aún de haber resuelto todas las cuestiones que den certeza y sólidas raíces a nuestra identidad como Nación, queremos rendir homenaje a quienes llegaron al extremo de sus posibilidades por creer que Argentina era posible, con libertad y con independencia.

9 DE JULIO DE 1816

Son muchos y variados los aspectos desde los que puede valorarse la declaración de la Independencia. Su patriótica valentía frente a las amenazas de las potencias europeas, su compromiso con la gesta libertadora de San Martín, su final decisión republicana, su espíritu cívico, su vocación integradora a todas las regiones de la República, su decisión de ser libres y para siempre de España y de cualquier otra dominación extranjera.

Como toda tarea emancipadora de cualquier pueblo del mundo, son infinitos los perfiles, las aristas que despiertan admiración y la postrera veneración de sus conciudadanos.

Hoy queremos evocar uno de ellos, cuya valoración solo se puede acreditar con la necesaria objetividad que asegura la distancia en el tiempo, a la vez que por el contraste con otros hechos que hemos vivido y vivimos actualmente los argentinos.

Nos referimos a la honda convicción en las posibilidades de su patria que animaba a aquellos hombres, a la viabilidad de una nación independiente, a la certeza de un futuro argentino.

A principios de 1816 habían llegado a Tucumán, sede del Congreso, únicamente algunos de los representantes designados, entre ellos los de Buenos Aires.

Un ambiente pesimista envolvía a habitantes y congresales. No era para menos. Parecía que la antorcha de la libertad se apagaba en todo el continente. El general español Pablo Morillo sofocaba la primera heroica revolución venezolana. Una era de terror y persecución se iniciaba desde el Orinoco y el Magdalena hasta el mar. A fines de 1816 la revolución mexicana había sufrido un duro revés. Allí también se eclipso la estrella de la revolución. En Chile la situación no era distinta. En el norte, en Sipe Sipe, las huestes de Rondeau eran desbaratadas por los españoles. Con las fronteras desguarnecidas, Salta y Jujuy eran invadidas. Solo quedaba en pie la Argentina.

Numerosa correspondencia de los pocos diputados presentes dan cuenta del desaliento acrecentado por las consecuencias de una guerra civil sin tregua.

Sin embargo, algunos hombres creían firmemente en la posibilidad de una Argentina independiente, y entonces descargaron todo su empeño y el prestigio de una conducta sin mácula para alcanzar ese propósito. José de San Martín y Manuel Belgrano, por turno y cada uno por su lado, dejaron testimonio de esa inconmovible fe en el destino de su patria.

Las vacilaciones terminaron. Era necesario decidirse aunque la decisión pudiera entrañar la muerte si la revolución sucumbía.

El plan de labor del Congreso una vez que se hubiese constituido, reveló que los representantes consideraban que el momento había llegado y estaban resueltos a asumir una responsabilidad que fue su gloria.

Y así fue. El Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816 cumplió con su gran compromiso. En un momento de dura prueba el país lanzaba un desafío a quienes intentaran someterlo. La revolución no aceptaba otro arbitrio que el de la victoria.

Hoy, a distancia aún de haber resuelto todas las cuestiones que den certeza y sólidas raíces a nuestra identidad como Nación, es mas, cuando hemos sufrido una profunda desculturización de nuestro pueblo y se ha enajenado gran parte de nuestro patrimonio a favor del extranjero, rendimos homenaje a quienes llegaron al extremo de sus posibilidades por creer que Argentina era posible, con libertad y con independencia.

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